Paula, la loca flaquita; Caty, la Santa, de flequillo teñido; Gisela, con su nariz fracturada; Sandra, la romántica; Jessica, la heavy, todas condenadas a prisión. Una profesora de educación física propone armar un equipo de rugby de mujeres. Si los hombres del penal San Martín formaron el equipo Los Espartanos, ¿por qué no las pibas?
Una escritora, Agustina Caride, entra a la Unidad 47 del pabellón femenino número 2 seducida por ese espacio desconocido y amenazador. ¿Por qué están acá? ¿Qué fue lo que hicieron? En cada capítulo, irá develando de manera luminosa la oscuridad primigenia de las prisioneras, una oscuridad que no es vacío y tiene diferentes tonalidades. Cambiarse y prepararse para salir a la cancha son escapes al aislamiento y la humillación a la que las somete el sistema carcelario. La entrenadora lo sabe y por eso las arenga. ¡Vamos las pibas! es el grito del equipo con el que se dan valor. La autora descubre que la mejor manera de ayudarlas es escribiéndolas y contando esta historia de Las Espartanas, un pase magistral de la oscuridad a la redención.
"Ustedes van a salir a esta cancha, y la van a romper porque acá y ahora es cuando tenemos que mostrarles a los gorras, a las familias y al mundo lo que estuvimos haciendo cada semana. No las paró el frío, ni el sueño, ni la falta de zapatillas. Entrenaron con las uñas largas y los aros puestos. Así que no me jodan, están listas para salir y dar guerra" (Agustina Caride).