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A Ramón J. Espinasa se lo puede describir como ingeniero, economista, petrolero, analista y quizás otras cosas más, pero eso era lo que él hacía, no lo que él era. "Ramoncito" era, ante todo, un explorador: de la naturaleza, de lo intelectual y de su propia emocionalidad. En esa capacidad caminó la historia del petróleo venezolano y su impacto en la economía, la política y nuestra manera de ser venezolanos. Sus ideas y propuestas sobre ese tema tuvieron la característica de ser admiradas y también atacadas, segura señal de su relevancia.
El colapso de la industria petrolera venezolana, a comienzos de los 2000, obligó a Espinasa a repetir la historia familiar: migrar para evitar la persecución política, encontrando en ese periplo nuevos horizontes personales e intelectuales. Ramón fue producto ejemplar de la Venezuela aspiracional de la segunda mitad del siglo XX. Una Venezuela que ha perdido su rumbo, pero cuyo llamado emocional nunca dejó de resonar en el alma idealista de Espinasa. En eso también es reflejo de su generación.
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