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Agustín Gómez Arcos nace en el seno de una familia republicana. A los veinte años, tras haber finalizado su bachillerato en Almería, se desplaza a Barcelona para estudiar Derecho, pero pronto descubre que su vocación es la literatura y su auténtica pasión, el teatro. A mediados de los años 50 se traslada a Madrid, donde trabaja como actor, director de escena y traductor. Su labor de dramaturgo es merecedora, en dos ocasiones, del Premio Nacional Lope de Vega, pero la censura prohíbe la Representación de sus obras. Acosado por la dictadura, decide exiliarse: primero en Londres; luego, definitivamente, en París, donde se instala en 1968, dedicándose, desde entonces, al género narrativo. Gómez Arcos murió tras haber publicado catorce novelas en francés, haber sido galardonado con numerosos premios literarios y condecorado con la Orden de las Artes y las Letras francesas con grado de caballero (1985) y de oficial (1995). Su obra forma parte del programa educativo de los liceos franceses. Murió, en suma, como un escritor prestigioso y, como tal, fue enterrado en el cementerio de Montmartre.
Si en sus inicios Gómez Arcos parecía caminar tras los pasos del poeta Miguel Hernández, su obra más tarde tomará tintes que hacen pensar en algunas de las películas de Buñuel, de las pinturas negras de Goya o de los esperpentos de Valle-Inclán con la puesta en escena de una feria de monstruos medio vivos o medio muertos, monstruos reconocibles en los que se refleja la sociedad española. Alegorías de una España atormentada con gran fuerza narrativa, situaciones alucinantes llevadas al extremo por su rabiosa añoranza.
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